“No todos estamos destinados a vivir una experiencia de codependencia emocional, pero nadie está exento”, dice la psicóloga clínico Rosa María Fernández quien especifica que la codependencia emocional no es algo que se pueda determinar con antelación o que se califique como una condición que se sufrirá para toda la vida, sino que puede surgir en un momento específico y puede confundirse con amor.
“Puede ser que tú te consideres una persona independiente emocionalmente, y de repente te consigues con que te has vuelto codependiente de alguien. Y es que esto se puede dar bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, si estás en una situación de enfermedad y una persona te cuida y se hace cargo de muchas de tus necesidades, es posible que surja la codependencia, porque pierdes capacidades que se ven complementadas por esta persona”.
El ejemplo es válido para explicar lo que ocurre con la emocionalidad, pues funciona igual. Según explica la experta, la persona tiene la creencia de que sin el ser que es objeto de su dependencia ya no se va a sentir querida, ya no se va a sentir importante o cree que no va a surgir, que no podrá seguir viviendo o no va a poder disfrutar de la vida, y que todo lo que siente se justifica porque es amor, y con esas creencias se desarrolla una discapacidad mental en la que necesita perennemente un bastón emocional, y ese bastón es esa persona.
Por qué ocurre
Fernández explica que la tendencia a desarrollar esta necesidad, o adicción, hacia una persona, tiene que ver con el autoconcepto, con los pensamientos e ideas que se tienen de uno mismo y que se van desarrollando en el tiempo.
“Si se tienen pensamientos limitantes que conllevan a que la persona tenga una autoestima débil o voluble, la persona empieza a creer que sus logros y acciones harán que sea aceptado por otros, en especial por una persona en particular, que puede ser una pareja, o alguien por quien se sienta atracción”.
Luego, esto evoluciona al punto en que vemos al codependiente pegado al celular, a sus mensajes esperando una respuesta o reacción que lo valide y que le de, aunque sea una mínima pista de aceptación. Además, empieza a idealizar a la persona, se convierte en el centro de nuestra vida, se le imponen características extraordinarias que hacen sentir que su presencia le da más valor a la propia existencia y por consiguiente a la relación emocional que tengan.
Esto conlleva a que se establezca una asociación entre esa esa persona y el valor que creemos que tenemos: si esa persona que idealizamos se va, ya no valemos nada. No tendremos capacidad de tener una relación con nadie más, y vienen pensamientos como “no puedo vivir sin esta persona”, “me muero si no está a mi lado”, que se convierten en distorsiones del pensamiento que hacen que el codependiente se aferre más al objeto de su afecto.
Luego, con la experiencia ratifica esos pensamientos. Si la persona se va o se termina la relación, viene de nuevo el castigo “yo sabía que se iba a ir”, “nadie me va a soportar”, “nadie me quiere” y continúa el círculo que puede decantar en otras circunstancias emocionales más fuertes, en donde hay manipulación, y hasta voracidad amorosa, que asfixia cualquier relación.
Adicionalmente, Fernández destaca que, en muchas oportunidades, este tipo de personas que sufren de codependencia, tienen la tendencia de apegarse justamente a quienes no quieren compromisos, o buscan relaciones abiertas, que no quieren enseriarse en una relación sentimental, o quienes tienen la tendencia a jugar con los sentimientos de otros, lo cual los mantiene en ese ciclo de sufrimiento amoroso. De hecho, existen ciertos rasgos de la personalidad que pueden atraer este tipo de relaciones tóxicas.
Qué hacer
Por supuesto que no es una tarea fácil, ni algo que vayamos a encontrar en un tutorial de TikTok. Quien surge por la atención de otro, porque no es amado como espera serlo, lo hace genuinamente y muchas veces no ven solución clara a su problema, que hasta puede repetirse con distintas relaciones.
La experta destaca que, como se mencionó al principio, la dependencia emocional no nos ocurre a todos, pero no estamos exentos de sufrirla. De manera que lo primero que debemos hacer es revisarnos con honestidad. Comprender que la dependencia emocional no es culpa de la otra persona que nos hizo adictos a ella. Sino que responde a nuestras propias carencias. A la percepción que tenemos de nosotros mismos en un momento dado.
El amor no es lo que nos mueve hacia esa actitud. Es el miedo a sentir que no valemos suficiente, que no somos queridos, que necesitamos de otro para surgir. Aunque sea difícil, muy difícil confrontarse uno mismo, es necesario darnos cuenta de que valemos por lo que somos individualmente, no por lo que otro piense de nosotros.
Aquí también entra en juego observar a consciencia nuestra actitud: si reclamamos a alguien que no nos llame lo suficiente, que necesitamos saber dónde está en todo momento, que justificamos sus desplantes, nos estamos engañando.
Una vez que se identifican estas actitudes -por ejemplo, cuando usamos frases como “no puedo vivir sin esta persona”- debemos tratar de sustituirlas, preguntarnos por qué y cambiar la clave a una actitud más identificada con pensamientos como “estoy bien”, “soy suficiente”. Podemos llevar a cabo actividades por nuestra cuenta, a retomar aspectos de nuestra vida que han sido dejados de lado por esperar constantemente una respuesta o un mensaje. Allí podemos reconocer cuando la comunicación más bien nos hace daño, en lugar de ser constructiva.
Sobre todo, lo más importante, es que, si nos damos cuenta de que estamos sufriendo, de que no podemos lidiar con esas emociones, de que no somos capaces de conservar nuestra independencia, ni disfrutamos de nuestro espacio, es porque hay que actuar y buscar ayuda antes de que nuestra autoestima sufra peores consecuencias. (Yahoo/ vida y estilo).