Hay parejas que conviven, organizan la logística diaria, hablan de hijos, trabajo o vacaciones… y, aun así, sienten que ya no se miran. No porque haya una gran crisis. Simplemente, algo se ha ido apagando. La conexión se ha vuelto débil o tan monótona que apenas es significativa. Esta especie de ‘languidez’ que afecta a tantas parejas suele empezar mucho antes de que aparezcan los grandes conflictos.
Y es que, como nos aclara la psicóloga y experta en pareja Lara Ferreiro, “las relaciones no se rompen de golpe». La realidad es que se van desgastando poco a poco, con gestos, a menudo, a los que no le damos mucha importancia. Y las navidades pueden actuar como un termómetro relacional. “Se pasa más tiempo juntos y aumentan las expectativas”, explica Ferreiro. Por eso enero y septiembre son picos de demanda en terapia de pareja. La idealización de la Navidad, las tensiones familiares y la convivencia prolongada sacan a la superficie lo que durante el año se ha evitado mirar.
Los primeros gestos que empiezan a apagar la conexión
Como comentábamos, antes de que haya reproches, silencios o sensación de distancia, aparecen señales a las que no prestamos atención y que, sin embargo, pueden erosionar la calidad de una relación de pareja. “Lo primero es no responder a los intentos de conexión”, señala Ferreiro. Son momentos aparentemente irrelevantes: una caricia que no se devuelve, una mirada que no encuentra respuesta, un “qué guapa estás” que se queda en el aire. “Cuando tu pareja te busca y tú contestas con un ‘ajá’ o un ‘vale’, ahí empieza el problema”, afirma.
Estos intentos de conexión son pequeñas invitaciones al vínculo. No atenderlas no suele ser intencionado, pero su efecto es determinante. “La otra persona empieza a sentir que no importa, que no es prioritaria”, explica la psicóloga.
Monosílabos o preguntas sin atención
Responder con monosílabos tiene un efecto parecido. “Es como decir: no mereces ni una frase completa”, señala. Y aunque a veces tenga que ver con el momento, cuando se repite genera distancia emocional.
Algo similar ocurre con el “¿cómo estás?” automático. “Muchas parejas preguntan por educación, pero no escuchan la respuesta”, explica la psicóloga. Cuando la conversación se corta en cuanto aparece una emoción real, el mensaje que recibe el cerebro es claro: aquí no puedo apoyarme.
En este punto aparece una diferencia frecuente en consulta. “Muchas mujeres solo necesitan ser escuchadas, no que les den soluciones”, aclara Ferreiro. Cuando la respuesta es práctica y no emocional, la sensación de incomprensión crece.
Sentirse invisible y el impacto en la autoestima
Cuando uno de los dos empieza a sentirse invisible, el daño puede ser irreparable. “La autoestima se resiente muchísimo”, explica Ferreiro. Aparecen pensamientos de no ser deseable, de no gustar, de no importar.
Ese dolor activa la hipervigilancia: celos, inseguridad, comparación constante. Algunas personas reaccionan intentando agradar más; otras se enfrían y se distancian. En ambos casos, la fricción aumenta. “La invisibilidad sostenida es uno de los mayores predictores de malestar psicológico”, afirma.
No agradecer hace que la relación se enfríe
Tampoco le damos mucha importancia y la tiene. Hablamos de dar las gracias en el día a día. El café de la mañana, un favor, un gesto de cuidado… “Cuando todo se da por hecho, la relación se enfría”, señala Ferreiro. No porque el gesto deje de existir, sino porque deja de ser reconocido.
A esto se añaden los pequeños desprecios: el sarcasmo, la burla, los ojos en blanco, el humor hostil. “No son grandes insultos, pero erosionan muchísimo”, explica. Y nos cuenta que en consulta muchas parejas no saben cuándo empezó la distancia, pero recuerdan perfectamente ese clima de ironía constante.
Vivir juntos sin sentirse acompañados
La rutina y el cansancio hacen el resto. “La rutina desgasta el amor”, afirma Ferreiro. Con hijos, trabajo y responsabilidades, el tiempo se encoge. La energía también. “Priorizas todo lo demás y la pareja queda para cuando sobre algo”, explica. El resultado es una convivencia funcional, pero vacía a nivel emocional.
El aburrimiento relacional es otro gran enemigo. “Cuando no hay novedad ni estímulos, la chispa se apaga”, explica. El cerebro necesita activar la dopamina, el sistema del placer. Si la relación deja de hacerlo, la desconexión avanza.
Relaciones que funcionan por fuera, pero no por dentro
Todos estos gestos describen relaciones muy frecuentes: aquellas que parecen funcionar por fuera, pero no por dentro. Muchas parejas siguen adelante por pura inercia. “Aproximadamente el 70 % de las parejas con hijos viven así”, señala Ferreiro. No se separan por motivos económicos, por los niños, por miedo a la soledad o por creencias personales.
“La relación sigue siendo operativa porque es lo más cómodo”, explica. Hipoteca, rutinas, estatus. Todo pesa, más que el malestar emocional, al menos durante un tiempo. Algunas personas incluso ponen fecha mental a la ruptura: “cuando los hijos crezcan”.
Diferencias entre hombres y mujeres en la desconexión
En consulta, las diferencias de género siguen apareciendo con claridad. “Las mujeres suelen verbalizar antes que algo va mal”, explica Ferreiro. Protestan, piden cambios, buscan ayuda. Los hombres, en cambio, tienden a retirarse en silencio.
Ellos suelen refugiarse en el trabajo, el deporte o las distracciones. Ellas buscan conversación y apoyo emocional. “No es un mito, es un patrón muy repetido”, señala la psicóloga.
Las horas rosas son espacios protegidos, semanales o quincenales, dedicados solo a la pareja. “Arreglarse, ponerse ‘guapos’, salir, hablar sin interrupciones, mirarse…
Pequeños gestos que ayudan a volver a verse
La recuperación empieza en lo cotidiano. Besos al despertar, desayunos compartidos, mensajes durante el día, actividades comunes. Rituales pequeños, pero constantes. “No se trata de grandes cambios, sino de volver a estar presentes”, explica.
Mirarse, tocarse, escucharse sin prisas. Hacer peticiones claras en lugar de críticas. Pactar, hablar, cuidarse… Y programar ‘las horas rosas’. Se trata de un concepto que trabaja mucho en terapia. Las describe como espacios protegidos, semanales o quincenales, dedicados solo a la pareja. “Arreglarse, ponerse ‘guapos’, salir, hablar sin interrupciones, mirarse…”, enumera. Incluso el sexo necesita, a veces, planificación y, de hecho, «funciona programarlo», asegura la experta. (Hola.com).











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